La frase del día:
"Solo el que sirve con amor sabe custodiar"
Papa Francisco
Autor: Fernando CHICA, observador permanente de la Santa Sede ante la FAO
Como cada año desde 1926, se acerca en octubre la Jornada Mundial de las Misiones, el famoso Domund, que busca promover el compromiso de los cristianos para que el anuncio del Evangelio, junto con la promoción social que él conlleva, llegue a todos los rincones del planeta. Este añol o hace con el lema “Cambia el mundo”. Y es que, efectivamente, los misioneros ayudan a cambiar el mundo de un modo muy especial. Veámoslo con algún detalle. Cambian el mundo integralmente. Anunciar el Evangelio significa llevar la Buena Noticia a todos los seres humanos y a todo el ser humano.
Cuando a Jesús le preguntan sobre su actuación, se remite a la experiencia concreta, a lo que todos pueden oír y ver: “Ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la buena noticia” (Mt 11, 5). Hoy en día, hay más de mil territorios de misión, en los que la Iglesia sostiene casi 27.000 instituciones sociales (comedores, hospitales, dispensarios, orfanatos, residencias de ancianos, guarderías, centros para personas con discapacidad y otros). Todo eso forma parte de una evangelización integral. Cambian el mundo eficazmente. No es la eficacia de las grandes corporaciones multinacionales, sino la fecundidad de un poco de levadura que hace fermentar toda la masa de harina (Mt 13, 33) o de un pequeño grano de mostaza que ofrece un espacio para que los pájaros puedan anidar en sus ramas (Mt 13, 32). Es la semilla que cae en tierra fértil y da fruto abundante, a veces cien, a veces sesenta, a veces treinta (Mt 13, 7). Por ejemplo, con la generosidad de los españoles, que el año pasado aportaron más de 11 millones de euros al Domund, este año se han podido apoyar 644 proyectos misioneros en 44 países. Y sabemos que es un dinero que, efectivamente, llega a su destino y se emplea generosamente hasta el último céntimo.
Cambian el mundo silenciosamente. En nuestra época, parece que lo importante es la apariencia. Basta que un ‘famoso’ se acerque a algún poblado africano para que aparezca en los titulares de los medios de comunicación. Pero el trabajo humilde y callado, abnegado y discreto de miles de misioneros y misioneras, durante décadas, apenas recibe el reconocimiento debido en la sociedad o en los grandes foros internacionales. Actualmente hay unos 12.000 misioneros españoles trabajando en 32 países a lo largo y ancho de todo el mundo. De ellos, más de la mitad son religiosas que, con fidelidad encomiable, saben estar en los lugares más difíciles y alejados, mostrando que “hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En Ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes” (Evangelii Gaudium, n. 288). Esto nos muestran, en silencio cotidiano, nuestras misioneras y misioneros. Cambian el mundo encarnadamente. Siguiendo una sabiduría evangélica muy básica y central, el estilo misionero actúa desde abajo y desde dentro. Como Jesús, “que se hizo semejante a los hombres” (Flp 2, 7), los misioneros conviven con su pueblo, aprenden su lengua y se introducen en su cultura. Así pueden decir con verdad que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 1). La misión es encarnada e inculturada, precisamente porque la encarnación y la inculturación son ya misioneras.
Vivimos en un mundo, desgraciadamente, aún desgarrado por el hambre y la miseria. Es un escándalo que, alrededor de 821 millones de personas en nuestro planeta, carezcan del pan cotidiano. La gran mayoría de estas personas se encuentran en lo que llamamos territorios de misión. Allí, junto a los más pobres de esta tierra, los misioneros y misioneras realizan una benemérita labor. Nuestros misioneros se convierten, para los más olvidados y desfavorecidos, en buenos samaritanos que los atienden, socorren y acompañan. Ellos llevan a cabo esta obra porque experimentan lo mismo que Jesús junto al lago de Galilea: “al ver la gran multitud, sintió compasión y curó a muchos enfermos” (Mt 14, 15). También ellos escuchan las palabras dirigidas a los discípulos: “No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer” (Mt 14, 16). Y así, con sus humildes cinco panes y dos peces, con su inmensa fe, con su fidelidad a prueba de bombas, con el apoyo de la Iglesia universal y con la presencia permanente del Señor Jesús, nuestros hermanos misioneros logran realizar, cada día, un milagro, el milagro que brota del amor generoso y constante.
Es un milagro que cambia el mundo. No porque, de un plumazo o con una varita mágica, logren erradicar definitivamente el hambre del mundo. Es un milagro porque su quehacer muestra el signo encarnado de la misericordia entrañable de Dios, que no abandona a su pueblo. Es un milagro porque abre a la esperanza, da cuerpo a la caridad y refuerza la fe. “Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra” (Evangelii Gaudium, n. 183). En definitiva, los misioneros y misioneras cambian el mundo de una manera integral, eficaz, silenciosa y encarnada. ¿Quieres apoyarlos? Con motivo de la Jornada Mundial de las Misiones, y concretamente en el domingo del Domund, puedes hacerlo. Con tu oración, con tu tiempo, con tu colaboración económica. Logremos con nuestra ayuda que los misioneros sigan ayudando a los que están en las orillas de la vida y el progreso. No hay tiempo que perder.
(Publicado en la revista "La Verdad", de la Archidiócesis de Pamplona-Tudela)